miércoles, diciembre 03, 2008

Partiendo

Los pasos se tienen que dar, los ciclos se tienen que cerrar. La vida continúa.
Nos subimos a un tren, y de vez en cuando hacemos estación en algún lugar para vivir momentos de tarde y música. Para sacarnos fotos con aquellos personajes que, también, esperan la llegada de su tren. Conocemos personas que nos llenan de azares con historias de vidas, nos enaltecemos con grandes actos de valentía, actos que exaltan al imitarlos, y nos compadecemos de aquellos, cuyas cobardías los rigen.
Aprendemos, nos emocionamos, nos sentimos contenidos y también traicionados. Pero, al final, siempre el pie vuelve al estribo y el vapor hace rulos contra el viento.
Pero en esta partida, la cuadrada ventanilla dejo de ser un lienzo impresionista con paisajes, para convertirse en una pantalla de una película con final triste.
Hace un par de años a tras, me entristecía al pensar que las dirigencias y los mandos medios argentinos, estaban pateando todos sus penales a las tribunas. Que sus miedos los forzaban a tomar decisiones fuera de toda lógica y conciencia. Que la falsa seguridad triunfaba sobre la trascendencia. Que rendían sus prioridades a una boleta de luz antes que al brillo de lograr sus objetivos y visiones.
Hoy mi tristeza continúa. Por que esta miopía sigue emborrachando mentes. Jamás he hablado de idealismos, si no más bien, del más rígido de los pragmatismos. Ocultismo y traición no son religiones edénicas. Desconfiar, presionar, la severidad con aquellos que deben callar, y el silencio con aquellos que hablan gratis, no es valentía ni se le pareces. Pragmatismo no es adular, pragmatismo no es la obsecuencia. Por que a nadie con dos dedos de frente le gustaría tener a su lado un perico de buenos modales, todos preferimos a aquellos cuyo carácter nos evita problemas futuros. No he conocido a nadie, ni en el ambiente de las empresas, ni en el ambiente de la política, ni en ambiente alguno, que tenga éxito callando, ocultando, alejándose de aquellos que lo estiman y protegen.
Pero en fin, nadie enseña mejor que la vida misma, y aconsejar a un amigo más de una vez es terquedad y egoísmo.
Mi tren espera, y mi pie ya está sobre el estribo.